viernes, 26 de enero de 2007

Sobre el uso del Principio

Sección: Buscando Amigos.
Artículo: Sobre el uso del principio.

O el mal uso, diría yo. Ya que el principio debe formar parte prioritaria de la “envolvente” en la toma de decisiones y promulgación de leyes y reglamentos. Pongamos por caso el principio de igualdad. Ningún humano bien nacido estará en desacuerdo con el principio de igualdad entre todas las personas. No obstante, incluso dicho principio llevado a su sublimación, a su límite, en su interpretación más rigurosa, se convierte en dogma fundamentalista, perdiendo su bondad, su humanidad y su inteligencia. Los personajes de tendencia sectaria adoran la intransigencia del dogma, ya que conciencia e inteligencia quedan al margen de su aplicación. Por desgracia, dichos personajes se concentran especialmente en la función pública y en puestos similares.
No es por casualidad que en estos puestos se arrebujen los intransigentes sectarios. Ahí beben de las más claras fuentes del poder, y se dotan mediante una largísima y críptica cadena de delegaciones del bien más preciado por cualquier déspota: la Autoridad. Siempre es autoridad delegada y por tanto ninguna pregunta necesita ser respondida por el que cita la regla, niega el permiso e impone la sanción. Estos personajes cuya Ítaca es el pensamiento único (lo cual se me antoja la negación del pensamiento), se diluyen en una masa funcionarial mayoritariamente pacífica e indolente. Insertos en dicha masa, tejen una maraña de dependencias e influencias con ayuda de poderosos aliados:
El amiguismo, corporativismo y sindicalismo entre sus congéneres y asimilados. La inapetencia, indiferencia e incompetencia de sus jefes, y la gran baza de la ASIMETRIA de poder. Me explico: cuando un ciudadano del montón (pongamos por caso un piloto privado) quiere denunciar un abuso o un mal uso de la autoridad delegada en un servidor público o asimilado (pongamos por caso un Director General de Aviación Civil o un controlador), aquél se encuentra en clara inferioridad de forma automática. Los gigantescos recursos de la administración, que pagamos entre todos los ciudadanos y que gestionan los propios funcionarios denunciables, se deberán contraponer a los recursos particulares, con los impuestos deducidos, del solitario ciudadano denunciante. Las leyes y reglamentos de nuestra democracia, convierten al servidor público en un execrable jugador de ventaja.
En la realidad, jamás un ciudadano ha ganado una sola guerra, por si mismo, frente a un abuso de la administración. ¡Faltaría más! Como mucho, alguna batallita. Pero para mantener viva la llama de la ilusión, la televisión nos muestra machaconamente multitud de ocasiones en que el huérfano ciudadano vence (después de un largo suplicio y vivir situaciones que parecen sin salida, no nos fuéramos a desanimar y acabar por no creer en el Sistema). Bien al contrario, en nuestro mundo real, cuando hemos puesto el solitario huevo de nuestro voto, cualquier opción al dialogo nos es arrebatada de forma altanera, y cualquier promesa que hubiéramos confundido en compromiso queda diluida en un mar de prioridades de mayor enjundia y fuera del alcance de nuestra, obviamente insuficiente, compresión. La perversión de nuestro sistema es volcar toda la carga de la prueba siempre sobre el más débil.
Así las cosas, el principio de SEGURIDAD, que debe ser parte fundamental del articulado legal del entorno aeronáutico; usado de forma sectaria, interesada y partidista, nos ha llevado a situaciones aberrantes y a soportar conductas deleznables por parte de quienes deberían servir a la aviación en general ya que por ello ocupan sus puestos y cobran sus sueldos.
A mi edad, debería ser más temeroso y sumiso. Pero habiendo ya librado múltiples batallas en numerosas trincheras, he perdido el miedo a perder. La pequeña semilla ácrata que sobrevive en mí, a pesar de las mil bofetadas recibidas y la sequía reinante, no me permite callar. Con toda humildad y consciente de clamar en el desierto, necesito expresar mi sentimiento, llámese queja, protesta, pena, disgusto, demanda, reclamación o estéril lamento.
Es tan necio confundir valor y precio, como confundir el administrar justicia con hacer lo justo. En cualquier enfrentamiento dialéctico con los personajes descritos, siempre aparece un papel sobre el cual apoyan su razón. Nunca entienden que lo que hay que cambiar es, además de su actitud, su interpretación e incluso, a veces, el contenido de dicho papel. Y si lo llegasen a entender, ellos nunca serían el eslabón adecuado en la cadena de la autoridad para cambiar, reinterpretar o denunciar lo escrito en el dichoso papel. Sabido es que el papel lo aguanta todo. Las sentencias de muerte, las declaraciones de guerra y otras monstruosidades adquieren realidad cuando son escritas sobre papel y sus ejecutores obtienen del escrito motivación y cobertura para sus actos.
Sobre papel está escrito el AIP: zona Baleares, de Mallorca a Ibiza, espacio aéreo clase A, sector VFR a 1.000 pies o inferior.
Salgamos del libro y vayamos a la práctica. El día es caluroso, el sol brilla en lo alto. La calima desdibuja el horizonte y restos de bruma se elevan perezosamente de un mar en calma. A más de 10 millas de Palma, todos los tráficos IFR superan de largo los 7.000 pies. Las gaviotas vuelan, en aire fresco y transparente, muy por encima de un tráfico VFR. No llevan transponedor, no tienen licencia que perder, desconocen que en estas condiciones está prohibido volar. Su graznido se asemeja a una risa que se mofa de la estupidez de los bípedos voladores que se mantienen dentro de la sopa brumosa, por debajo de los 1.000 pies, pegados al agua.
El tráfico VFR, rumbo a Ibiza, pide encarecidamente autorización para subir a 2.500. No solo obtiene una respuesta negativa. Se hace merecedor de una extensa clase magistral que invade la frecuencia durante mucho más de lo razonable, y de severísimo tono, sobre las limitaciones de la zona; lo cual obviamente conoce, ya que sino, no pediría autorización alguna. No obstante, la incongruente e innecesaria bronca del controlador añade presión a su ya alta carga de trabajo para mantener recto y nivelado el vuelo a tan solo 1.000 pies de altura, dentro del “caldo” que le priva de una visión clara del horizonte. Las condiciones para una desorientación espacial están servidas. Recordemos que una desorientación espacial siempre es peligrosa (el caso del malogrado John John Kennedy fue notorio), pero a menos de 1.000 pies tiene generalmente consecuencias muy graves.
Sin que nada más ocurra, el escenario indica que no estamos haciendo bien las cosas y los responsables deberían corregir tanto la calificación de espacios aéreos como sus extensiones y altitudes. Hay un método: el trabajo pulcro, inteligente, detallista y con voluntad de servicio y ecuanimidad. La prepotencia, el partidismo y el brochazo junto con el dogma y la demagogia han conducido a unos esquemas absurdos que todo el sector sufre y denuncia con la boca chica. Asimismo, se debería perseguir “de oficio” las actitudes de controladores como la relatada. La intransigencia y la intolerancia son hijas del dogma y enemigas acérrimas de la inteligencia y la libertad. Aceptando normas inteligentes, ¿podemos exigir volar en libertad?
La realidad tiene siempre una explicación más compleja de lo que parece y sería deseable. Nuestros políticos, quienes acaban simplificando su mensaje hasta obtener un perfecto manual de la demagogia para idiotas, abren a machetazos la selva de las ideas y configuran unos caminos de sentido único que transforman en leyes. Dichas leyes son generalmente oportunistas y protegen de paso los intereses del político electo de turno, cediendo a presiones de lobbys expertos y económicamente bien dotados. Luego, en manos del funcionario eterno, el desarrollo de los reglamentos dibuja los más sofisticados laberintos donde el ciudadano se perderá de forma irremisible. En rigurosa aplicación de los procedimientos administrativos progresivamente perfeccionados por sucesivas generaciones de obsesos (a destacar: Maquiavelo, Napoleón Bonaparte y Giscard d’Estaing), el ciudadano quedará a merced de una administración y sus empresas delegadas, con hordas de funcionarios y asimilados dotados de gruesos pliegos escritos (y a veces casco, porra y pistola). No todos son malos. Ni todos son buenos. Lo peor es que parece que los buenos no impiden ni pueden impedir que los malos hagan maldades. Y los buenos solo hacen bondades con timidez y caducidad, cuando se ven obligados a ello y no encuentran otra salida que les permita mantener inalterado el orden perfecto de las cosas.
Otro cantar es el nombramiento de los altos cargos. Los Directores Generales y los presidentes de empresas simbióticas con el estado, cuyos breves cargos durarán como máximo lo que duren en sus puestos quienes les han nombrado, nacen en su función desprovistos de utilidad alguna para muchos de los usuarios de sus estructuras. Por una parte el funcionario eterno de colmillo retorcido y puesto de trabajo inexpugnable, se mantendrá fiel a la historia atemporal que lo vio nacer y lo perpetuará en su espacio de poder, haciendo caso omiso de avatares circunstanciales. Por otra parte, la febril actividad a desarrollar para mantenerse en la cúspide del tenderete absorberá toda la energía disponible y precisará del uso de todos los recursos (incluidos manos, pies, codos y algún que otro lametazo) del flamante alto cargo. Por último, dada la incertidumbre del lapso de tiempo con disponibilidad de poder, algún que otro favor habrá que repartir a toda candela. No se nos fuera el tiempo en estudiar el sector donde hemos caído y luego, ya fuera del cargo, no nos quedaran amigos para acogernos. Todo ello muy humano, ¿no es cierto?
Pero si por desgracia ocurriera un accidente, serían a mis ojos responsables criminales tanto quien diseña, como quien autoriza y quien controla de forma sectaria, partidista y cruel unos espacios aéreos que acaban oponiéndose frontalmente con el concepto y principio que los generó: la seguridad.
Roger Sangenis – piloto privado.

1 comentario:

Unknown dijo...

Magnífico escrito desgraciadamente mezclado en una masa ingente de información.
Garry